Las generaciones ‘woke’, cada vez más activas o despiertas en redes sociales se quedan cortas a la hora de buscar soluciones reales para los problemas.
Se trata del infame video de una emisora radial donde, Fabio Zuleta, presentador, habla con su invitado sobre el precio que costaría comprar a una mujer en la costa norte de Colombia. El video es muy difícil de ver, es obscenamente gráfico en su descripción y habla sobre una práctica que solo podría describirse como trata de personas.
Si no lo han visto, aquí está, pero les advierto, es deprimente y repugnante. Lo comparto únicamente con la intención de contextualizarlos, pero no espero ni que lo vean completo. Para quienes ya saben de qué se trata, recordarlo seguro genera una sensación de rechazo visceral.
Me pasé toda la mañana pensando por qué este video me había generado tantas emociones. Algunas, las esperaba sentir: rabia, frustración, indignación, tristeza. Otras, me tomaron por sorpresa. Sentí vergüenza y culpa.
La rabia y la frustración son obvias. Es indignante que en el año 2020 esta práctica de trata de personas sea tan común que un par de hombres puedan sentirse cómodos hablando al respecto al aire, en una emisora de radio.
En la entrevista se hace además la distinción entre mujeres de la costa norte “civilizadas” y “no civilizadas”, dependiendo del contacto que han tenido con la ciudad o áreas urbanas. Normalmente soy bastante cínico, pero que usted señor presentador, hable de “civilización” luego de decir, “yo quiero dejarla encerrada para que no se me la roben”, es aberrante. No solo es indignante que usted pertenezca al bajo porcentaje de colombianos que en teoría somos educados, es realmente aterrador.
En el mundo se estima que hay 2.5 millones de mujeres que sufren de trata de personas principalmente con objetivos sexuales. En Colombia desde 2013 se han registrado más de 500 casos. Si tenemos en cuenta la frescura con la que los hombres hablaron del tema, y las cifras nacionales e internacionales, no me extrañaría que esto pase con más de mil personas al año en nuestro país.
Estas cifras, aunque alarmantes, me parecieron impersonales. Pensé: “Ok, 500 casos desde 2013, pongámosle mil al año es un número alto, pero no es tan alto, ¿quizás sea un caso aislado?” “No, obvio que no,” me respondí, “Esto es un problema gravísimo y seguro la Procuraduría tomará cartas en el asunto. “Que les caiga todo el peso de la ley”, dije como varios comentaron en Twitter.
Con mis cálculos y pensamientos, caí en cuenta que los números no nos tocan visceralmente las fibras como deberían. Quizás esa entrevista es lo que desafortunadamente nos toca oír para que reaccionemos.
La conversación de Fabio Zuleta y su invitado es un síntoma de un problema social y cultural grave. “¿Qué progreso puede hacerse con las banderas de equidad de género, e igualdad de oportunidades, si todavía tenemos casos de esclavitud sexual en el país? ¡No podemos dejar que esto suceda! !Tenemos que hacer algo!”, me dije.
Se me subió el pulso, dije un par de madrazos en voz baja, le mandé el video a 20 personas, a mi grupo de ingenieras para que se indignaran también, expresé mi desagrado en Twitter y pensé, “¿Cómo el mundo ha llegado a este punto?”
Recordé las palabras de Barack Obama cuando se refería a las nuevas generaciones ‘woke’ (despiertas o activas) en la que me incluyo, y su relación con generar cambios.
Esto dijo Obama: “Me da la impresión a veces, cuando estoy alrededor de gente joven (y esto es acelerado por las redes sociales), existe una noción de que la forma de fomentar cambios es juzgando lo más posible a otras personas y que eso es suficiente. Si ‘twitteo’ o escribo un hashtag sobre cómo alguien hizo algo mal o usó el verbo equivocado, puedo relajarme y sentirme bien conmigo mismo. Porque, “¿Viste lo activo que fui? Desafié a esa persona…” Pero eso no es activismo, eso no es generar cambios. Si lo único que haces es tirar piedras, probablemente no llegues muy lejos”.
Pocas cosas me describen a mí y a nuestra cultura supuestamente ‘iluminada’ como estar ‘woke’. Cuando en realidad lo que somos, es falsos activistas.
Empecemos por mi activismo mediocre. Hice lo que sospecho hace la mayoría de nosotros. Compartí el tweet ¿y qué? Etiqueto a la Procuraduría, ¿y qué? ¡Es que hay que alertar a las autoridades! Eso lo puede hacer cualquier persona. Ahora, escribiendo este artículo, le estoy hablando de este tema a cuántas, ¿10 mil, 20 mil personas? ¿Y qué? ¿Qué pasa? ¿Qué hice? ¿Qué cambió?
Esto que todos hacemos, indignarnos, compartir, esta columna que están leyendo, no es activismo, y no ayuda a solucionar los problemas de nuestra sociedad.
Desde que empecé a escribir esta columna he aprendido mucho sobre el poder de los medios, de formar opinión, el poder de la palabra. Pero también he aprendido sobre sus falencias. He aprendido que crear cambio requiere conversaciones uno a uno, y que no hay atajos independiente del megáfono que se tenga.
Les pongo un ejemplo específico, mi último artículo, “La carrera del futuro” tiene como objetivo convencer a la máxima cantidad de personas (especialmente mujeres) que estudien ingeniería de sistemas, en vez de industrial. En mi empresa nos pusimos la meta de convencer 500 mujeres en 2020. Esta es una forma clara que hemos identificado para avanzar al país en materia económica y de equidad de género. La meta es pequeña, sí, pero la idea es crecer de esa base.
Esa columna tuvo la mayor acogida de cualquier cosa que he escrito, más de 10.000 visitas y me escribieron al email más de 100 personas contando sus historias y diciéndome que ojalá alguien les hubiera dado esa información cuando estaba en once del colegio.
¿Saben qué no pasó? No convencimos a una sola mujer de estudiar ingeniería de sistemas.
Esa misma sensación indignación, o ese nuevo conocimiento suele ser pasajero. Dura lo que nos demoramos en hacer clic a la noticia siguiente o al próximo video chistoso. No arranca un proceso de mejora ni individual ni de la sociedad. A menos de que cuando veamos que algo está mal, tomemos acción deliberada (ojo, no un clic, o retweet, sino acción de verdad), no lograremos generar ningún cambio.
Siguiendo el ejemplo de las ingenieras. Viendo que escribir del tema no es suficiente, decidimos ir al a fuente y hemos hecho charlas directas en diez colegios (acabaremos el año con 50+). Los resultados aún son tristes: del objetivo de 500 no hemos llegado ni a 10. O por desinformación, o porque no soy lo suficientemente persuasivo, no lo sé. Pero estamos tomando acción y seguiremos intentando hasta que lleguemos.
Frente a las mujeres de la alta Guajira, y a la trata de personas en Colombia, confieso yo no estoy haciendo nada, y muy probablemente ustedes tampoco. Escribir un tweet, o este artículo, o taggear a la Procuraduría no vale.
Esto va a sonar impopular y posiblemente vaya en contra de los principios democráticos, pero votar o llamar a nuestros gobernantes es una acción minúscula. Obvio hay que votar, pero esto es el mínimo requerido, no nos exime ni nos da licencia para quejarnos del gobierno. El activismo y cambio social que necesitamos no necesita un cambio de leyes, o que “los poderes” hagan las cosas por nosotros.
La responsabilidad de tener la sociedad que queremos es de cada una de nosotros y se mide en las acciones que tomamos. La indignación no es una acción. Donar plata puede que ayude algo, pero en la mayoría de los casos es un bálsamo para hacernos sentir un poco mejor. Cambiar, educar, dar ejemplo, ponerse un objetivo y cumplirlo como: “voy a crear una organización para informar sobre la trata y reducir los números en la población más cercana a mí”. Eso sí es acción.
Esto último es una invitación a hacer mejor uso del tiempo que tenemos disponible debido al Covid-19. Utilicen este tiempo para hacer no solo cosas productivas pero con impacto y significado para nuestra sociedad.
Se debe empezar por entender que el problema existe. El siguiente paso es entender la magnitud del problema. El artículo del que saqué las cifras es de 2018, valdría la pena ahondar más. Pero listo, movámonos al siguiente paso. Definamos una meta y las actividades para alcanzarla.
Para esto, se necesita la ayuda de todos. Este año aprendí la responsabilidad que tengo con esta columna de hacer llegar un mensaje que valga la pena oír. Pero difundir un mensaje es insuficiente, la sociedad nos necesita a todos para suscitar cambios importantes.
Hoy es más fácil que nunca enterarnos de lo que ocurre en nuestro país y en el mundo y sentir sorpresa, indignación y frustración. Nos preguntamos ¿Cómo es posible? Y nos desahogamos en una caja de texto. No es suficiente. Lo compartimos con nuestro círculo y expresamos nuestra inconformidad a las autoridades. No es suficiente: La sociedad que queremos exige de todos nosotros realizar los cambios que deseamos ver en el mundo. Y tú ¿Qué harás hoy para dejar al mundo un poco mejor?